Lo primero que se me venía a la cabeza cuando era chica era ser entrenadora de delfines en Mundo Marino. Me gustaban los delfines (y me siguen gustando, a pesar de que sean un animal bastante cuestionable) y no me imaginaba un trabajo mejor que el de enseñarles a dar vueltas o saltar. Increíblemente, ese sueño me duró unos dos años hasta que pensé en ser veterinaria como la mayoría de niñas. El problema es que yo me imaginaba ir a trabajar con muchos perritos felices… y lo último que iba a ver era un perro feliz. Así que, como persona emocional que soy, decidí que esa profesión no era para mí.
Todos los veranos copiaba a mano una revista que tenía del Sistema Solar de Billiken. Me encantaba dibujar los planetas y escribir información que en mi vida me iba a acordar. Pero yo lo hacía igual y se lo llevaba a mis profesoras para que vean que lindo trabajo había hecho, ¡en busca de la aprobación académica desde chiquita!
A veces me lo firmaban, a veces me ponían un sellito con una carita feliz y a veces me miraban con una cara de no entender lo que les estaba mostrando. No las juzgo. Lo más lógico fue querer ser astronauta, ¿por qué no?
Creo que quise ser bombero, o monja también. Todas pasamos por esa etapa en la vida… quiero creer. Quise ser princesa, pero ¿de qué? ¡Ay, también quise ser bailarina! Y cantante… y hada…
Cuestión que yo quería ser muchas cosas (como Barbie) pero nunca me podía conformar al cien por ciento con algo. Hasta que descubrí Astronomía a los 12 años y dije “ES POR ACÁ”.
Si alguien me preguntaba que quería ser de grande, yo respondía “¡Astrónoma!” y tenía que explicar lo que era… porque pensaban que quería ser gastrónoma. No, abuela, quiero estudiar las estrellas y los astros… no tiene nada que ver con la comida.
Así me pasé toda mi secundaria, segurísima de lo que iba a estudiar y enamorada cada día un poco más de mi ilusión y lo hermoso que sería estudiar Astronomía. Ignoraba totalmente la matemática y física que había, eso era problema del Cami del futuro y lo iba a resolver, ¿no?
El último año de la secundaria ya empieza a apretarte para buscar una Universidad que dé tu carrera y que sea accesible para vos (económicamente y geográficamente, esto último siendo muy importante). En Argentina solo hay tres universidades que tienen la carrera Astronomía: UNLP (en Buenos Aires), la UNC (en Córdoba) y UNSJ (en San Juan), así que mi solución era viajar cinco días a la semana dos horas en tren para llegar a La Plata, ir a clases, tomar apuntes, volver a mi casa, comer, dormir pocas horas y volver a viajar.
Como adolescente que no sabe calcular el tiempo, me pareció una idea genial. Pero… cuando lo pensé mejor, no iba a tener vida social: cursaba a la mañana y a la tarde, llegaba a las 23:30 a mi casa y me tenía que levantar a las 04:30 para irme a la UNLP.
Intenté de todo: convencer a mis papás de mudarme, que me lleven en auto (que ilusa…), irme en combi, realmente intenté de todo. No hubo caso. Yo no sabía manejarme en transporte público o lo había hecho muy pocas veces, iba a ser demasiado y el cansancio me iba a ganar. Un día descargué una ruleta de decisiones en el celular, a ver si la vida y destino me ayudaban a elegir mi carrera. No decía Astronomía, así que la giré mil veces hasta que salió Astronomía para decir “¡Mira, papá! Es el destino”. Mentira, Camila, no era el destino. Después de sufrir meses y meses, ignorando el deseo de una niña de 12 años que quería estudiar estrellas y planetas, me rendí.
Estaba estudiando inglés para rendir el FCE y mis amigas querían estudiar Traductorado en Inglés, así que pensé que fue una buena idea. Fuimos a una Universidad muy conocida en CABA y me encantó… pero tampoco me volvía loca y mucho menos me emocionaba la idea de ser traductora.
Pensé en ser directora de orquestra, hasta que me acordé que no sé leer ni una partitura. Pensé en estudiar algo relacionado a la religión pero sólo habían licenciaturas sobre el cristianismo. Pensé en estudiar Marketing, Letras, de todo. No había algo que me gustara. La ruleta apareció otra vez y yo seguía poniendo Astronomía como opción… sólo para ver si el destino me quería un poquitito.
¿Se acuerdan de Luisina, mi profesora de Historia del secundario? Si no se acuerdan, la mencioné acá. Pobre, la debo estar ojeando de tantas veces que hablé de ella.
Luisina se encargó muy amablemente de ponernos a mis compañeros y a mí una presentación de TODAS las carreras habidas y por haber en la Argentina, para ver que nos gustaba o nos podría interesar. Imagínense que para este punto muchos ya se habían anotado a la UBA u otras universidades, mientras que muchos otros no sabíamos ni siquiera que íbamos a hacer después de clases.
Esta presentación estaba dividida por áreas de estudio (alabada sea la organización) y ella nos iba contando un poco de cada cosa. Cuando apareció Astronomía yo me inflé cuál pavo relleno de orgullo y un poco de tristeza, pero yo seguí prestando atención para ver que carrera me podía llegar a gustar. Si no me gustaba nada… bueno, estaba jodida. No estudiar no era una opción.
La diapositiva pasó muy rápido, pero dos carreras llamaron mi atención: Bibliotecología y Museografía.
Me decidí por investigar Museología y di con mi actual Universidad. Le conté a Luisina y no se acordaba de que esa carrera estaba en la presentación, fue muy gracioso. No sabía casi nada de museos. Había ido a uno solo en toda mi vida. Me anoté.
Si leyeron la introducción de mi persona (el post fijado) ya saben que no estudio Museología, y acá viene el lore. Cuando faltaban dos días para comenzar el curso de ingreso, me llegó un mail de la Universidad diciendo que la carrera no abriría ese año por falta de inscriptos. Yo pensé que era un chiste, pero no lo era.
Llamé, no me dijeron nada. Llamé a otras universidades para ver en qué otra cosa me podía anotar, no iba a desperdiciar un año haciendo NADA. La única solución que me dieron fue que vaya a una charla con algunas autoridades de la Universidad para que conozca otra carrera, muy parecida: Curaduría e Historia del Arte.
Fuimos cuatro chicas, de las cuales tres decidimos quedarnos. No me molestaba esa carrera, porque de hecho la había visto antes de anotarme a Museología. Fue una especie de win-win. No conocía mucho de arte excepto lo que mi profesora Paola nos había enseñado a lo largo de primaria y secundaria. Hago un gran paréntesis para decir que las clases de ella eran unas de mis favoritas. AMABA PINTAR y cuando nos hacía llevar cosas raras era súper divertido. Una vez nos hizo llevar radiografías viejas, no saben lo que me divertí en esa clase. Pao, ahora mi colega artística, si estás leyendo esto quiero que sepas que indirectamente tu amor por el arte quedó impregnado en mí, y no lo supe hasta por mucho tiempo.
Creo que el amor de mis dos profesoras, y el hecho de que haya una carrera con ambas diciplinas -Historia y Arte-, marcó un camino que no había visto antes. Para mi la Historia solo se podía estudiar desde la política, porque no había conocido otra cosa. Pero ver un mosaico bizantino y deducir miles de cosas no tiene precio.
Voy a confesar algo: hasta que comencé el tercer año de la carrera, me quería cambiar. No porque no me gustara, sino porque Astronomía seguía dándome vueltas por la cabeza. Pero estoy más que feliz de haberme quedado. Aprovecho para agradecer a mi mamá, papá y abuela que me escuchaban siempre quejarme de que no podía estudiar la carrera que quería desde los 12 años.
Todo pasa por algo, y estoy muy contenta del camino que el destino (sin ninguna ruleta de por medio) me dio. No imagino mi vida sin Historia, y muchos menos sin Historia del Arte. Como dijo una vez un profesor de la Universidad…
Sin Historia, no sabrías ni cómo cepillarte los dientes.
Este lore es más interesante que lo fue en mi caso. Literal fue por querer comprar un libro de cierto tema en cierta librería, pero como estaba medio chamucado y me preguntaba el librero si lo quería, decidi llevarme otro, medio inseguro. Un par de años después, estoy en cuarto y a un año del tramo final de carrera universitaria. Y todo por una decisión de último momento.
Igual, banco profes de Historia.